El laberinto mexa.

Si viven en México deben de estar familiarizados con las famosas ferias. Ustedes saben; botellas pegadas al tablero para que nadie se lleve al oso gigante, rueda de la fortuna, la niña cocodrilo... en éste caso me refiero a las ferias norteñas. Con todo y muestra de vacas. Me gustaría hacer una descripción más detallada y con más folklor, pero seré honesta: Hace muchos años que no voy a la feria. Sólo recuerdo luces, charcos de sustancias dudosas, cerveza, juguetes feos, artesanías caras, gente. 
Siempre que viene a mi ciudad la dejo pasar y declino cualquier invitación. Verán, hay dos razones por las que odio la feria... Por muchos años tuve una aversión a los desconocidos y al contacto con ellos que parecía casi incurable hasta hace poco. Siempre que iba a la feria iba con mi papá, que en ese entonces era conocido por ser "el doctor del santos" o sea, el doctor del equipo local de futbol. El don que salía corriendo a la cancha y se agachaba a ver al jugador lastimado. Las pompis más conocidas de Torreón. Eso implicaba no poder caminar más de cinco minutos sin que alguien lo reconociera y tratara de hablar con él o tener que saludar a alguno de sus conocidos, agregando a la esposa, los hijos, la abuelita, la tía. Verga. Eso pasa hasta la fecha y es muy estresante, aparte no podía escapar porque si no mi jefe me regañaba por grosera en frente de toda la familia Brady. Y eso me daba más pena que saludar de besito en el cachete a todos. La mayoría de las veces tenía que disimular mi desagrado y esperar a que se fueran los saludados en cuestión para limpiar sus babas y sudor de mi cara. Que asco. Supongo que ahora que soy mayor podría ir sola sin pasar por lo mismo pero de todos modos me detengo al pensar en el mar de gente. 
La segunda razón por la que me abstengo de ir es que soy una gallina en cuanto a juegos mecánicos. No los soporto. Me da vértigo, odio pensar en los gérmenes que éstos tienen y me da asco tan sólo recordar el olor de metal en mis manos sudadas. 
La única atracción en la que recuerdo haber pasado un rato moderadamente bueno es una de las pocas atracciones en las cuales una miedosa como yo se podía entretener: la casa de los espejos. No me refiero a la exhibición de espejos mal hechos que deforman tu reflejo. Hablo de las ligas mayores, un pinche laberinto. Recuerdo vagamente la tarima de metal pintada de blanco en donde estaba plantada y los escaloncitos inestables en la entrada. La "casa" era un laberinto de muchos espejos y cristales del techo a la pared colocados en lugares estratégicos, con el único propósito de confundirte y hacer que choques con alguno de ellos. Yo me sentía toda una profesional, ponía mis manos al frente para no pegarme en la cara en caso de fallar, me fijaba si había moscas paradas en los cristales o la grasa embarrada de la cara de algún pobre pendejo que había chocado. Veías a los demás chocar, a algún niño llorando en un rincón por que estaba perdido. Pero yo no señor, yo estaba determinada a pasar la prueba. Entre más te metías, mas difícil era. Después de un rato era fácil perder el sentido de profundidad, me mareaba verme a mi misma en tantos lugares. Solo sabía que si veía mi reflejo demasiado cerca por ahí no era. Luego me confiaba, y continuaba mostrando mis habilidades hasta que me daba un putazo de frente en un cristal. Nunca sabes de donde te llega, te desorientas. Me dolía más romper mi racha de campeona que el golpe en mi frente. Al salir me costaba trabajo mantener el equilibrio y caminaba hacia mi familia tratando de no caer en un charco. 
A veces pienso mucho en eso... En la casa de los espejos. Me confío, pero me evito a mi misma y al final ni sé por donde me llegó el putazo. A la próxima sólo voy por unos tacos. 

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